Brasil: lluvia, mesetas y camiones

“Vai atrasado, argentino!”, nos gritó el camionero brasileño en una estación de servicio unos 70 km. antes de llegar a Curitiba. Era el mismo que, días antes, nos había aconsejado tomar la ruta que pasa por la ciudad de Ponta Grossa en lugar de la que va por Iratí. “Hay menos subida y es autopista, aunque sea un poco más larga”, nos dijo. Y al parecer tenía razón, las empinadas subidas que nos habían retrasando desde que cruzamos la frontera brasileña disminuyeron bastante en la nueva ruta y nuestro avance se hizo más regular, lo que nos ayudó a aumentar nuestro kilometraje diario.

Aquella primera conversación en la pequeña localidad de Virmond fue singular. El camionero que nos reconoció días más tarde nos acababa de escuchar en un reportaje que nos hicieron en la radio de la ciudad de Laranjeiras do Sul, en el centro del estado de Paraná, cuando fuimos a comprar una cubierta nueva a la única bicicletería que había, la de Paulinho. Éste había llamado a la radio y nos convirtió en el acontecimiento del día, cuando Romagnoli, el conductor más popular de la FM local, nos entrevistó. Al llegar a Virmond, unos 25 kilómetros pasando Laranjeiras, un corrillo se formó, discutiendo si nos convenía Iratí o Ponta Grossa. También había una suerte de ciclista linyera, bastante alcoholizado, que decía ir para Paraguay. “Consiguieron compañero”, ironizó el camionero ante la hilaridad de los presentes, mientras el borracho intentaba intervenir en la conversación. De vez en cuando tiraba un dato de precisión. “Tienen subida hasta Tres Pinheiros, a 35 km. de acá”, dijeron, y el ebrio acotó: “38,300”.

Hasta ese entonces la ruta por Brasil se había revelado más difícil que las etapas anteriores. La geografía nos desafiaba permanentemente a hacer grandes cuestas con alto grado de pendiente, donde se subía despacio y se bajaba no tan rápido, porque había que contener al tándem que, con el peso y el trailer, corre el riesgo de perder el control en las bajadas a alta velocidad. Por lo tanto, la subida nos retrasaba y cansaba, y las bajadas eran tan repentinas que tampoco las podíamos aprovechar demasiado.

Ya saliendo de Foz do Iguaçu tuvimos las primeras grandes cuestas. En una de ellas el altímetro marcó más de 400 metros de altura, superando marcas anteriores. Lo que no sabíamos era que posteriormente íbamos a continuar subiendo, hasta instalarnos en una meseta cuya altura oscila entre los 800 y los 1.200 metros. Para mantener esa altitud, la ruta sube y baja permanentemente, de manera que a lo largo de una jornada subíamos cientos de metros, pero con el resultado de quedar igual que al comienzo.

A eso se agregaron las condiciones de la ruta, que de ser “pista dupla” (autopista de dos carriles por mano), pasó a ser una ruta simple, con una banquina que en las subidas más difíciles desaparecía para ser suplantada por un carril por el que subían los camiones más lentos y pesados. Eso nos obligó, el primer día, a bajarnos de la ruta y caminar para no ser atropellados, con el resultado de llegar de noche a un pueblo de mala muerte llamado Matêlandia. Allí pasamos una noche incómoda, en una estación de servicio que era el sitio de diversión de viernes a la noche de la gente del lugar.

Al día siguiente llegamos a Cascavel, importante ciudad a unos 150 kilómetros de Foz. Las subidas y bajadas se intensificaron, mientras bordeábamos el interior del Parque Nacional do Iguaçu. Al día siguiente, ya estábamos a casi 900 metros de altura. Para superar las grandes subidas con la maldita “tercera faixa” (el carril extra), habíamos optado por ir por la banquina de la contramano, lo suficientemente ancha como para andar tranquilos. Sin embargo, veníamos arrastrando un fuerte desgaste. Ya en la localidad de Laranjeiras do Sul, intentamos contactar, gracias a una relación de nuestro amigo Henrique Novaes, de la Universidad de Campinas, con gente del Movimiento Sin Tierra (MST), pero la persona encargada no estaba en la ciudad. Eso nos retrasó un día, que aprovechamos para reemplazar, en la bicicletería de Paulinho, la cubierta ya gastada. Así fue como llegamos a Virmond, donde se dio la situación que describimos más arriba.

A la mañana del día siguiente, al desayunar, volvió a aparecer el ciclista alcoholizado, pero esta vez sobrio. Volvió a decirnos que iba a Paraguay, evidenciando que no recordaba demasiado lo hablado el día anterior. Se despidió amablemente, yendo, nuevamente, a la estación de servicio.

A partir de Virmond se agregó una nueva dificultad: la lluvia. Gruesos nubarrones aparecieron por la tarde y chaparrones tropicales, que nos empaparon sistemáticamente, nos tomaban de sorpresa, sin tiempo para buscar un refugio. Cuando lo encontrábamos, la tormenta ya había pasado. Pero pasando la ciudad de Guarapuava, la lluvia se hizo regular y no nos abandonó por dos días, lo que coincidió con la ansiada bajada de la sierra. El descenso, de 7 km., lo tuvimos que hacer bajo una lluvia cada vez más fuerte, que nos fundió las zapatas de freno. Cuando llegamos al final de la cuesta, poco quedaba de ellas. A pesar de que no habíamos hecho demasiada distancia, nos quedamos en un caserío llamado Relógio, donde dormimos en una escuela en desuso.

Al día siguiente la lluvia siguió. Nuestro equipo y ropas estaban empapados. Nos adentramos por la ruta que iba rumbo a Iratí, y la subida volvió con fuerza. Paramos a comer en un pequeño comedor rutero, donde nos dijeron que había un cruce a la ciudad de Prudentópolis a unos 12 kilómetros. La lluvia paró y volvimos a salir, pero ya era evidente que no llegábamos a Iratí, a 40 km. de distancia. Para colmo, volvió a caer agua a los pocos cientos de metros, y al llegar al cruce, debimos cambiar las zapatas de freno porque ya era imposible siquiera hacer que la bicicleta disminuyera la velocidad, además del peligro de romper las llantas al frenar con la parte metálica de los patines. En ese momento decidimos ir a Prudentópolis y buscar un hotel donde recuperarnos de tanta agua y cuestas.

Ver fotos del tramo Foz do Iguaçú-Prudentópolis
DE PRUDENTÓPOLIS A CURITIBA:
Prudentópolis resultó ser una tranquila ciudad de la comunidad ucraniana del Brasil. Según nos dijeron, el 70% de la población de la ciudad es de ese origen, conservando idioma y religión en gran parte. Esto le da una particularidad curiosa a la ciudad, mezcla entre Europa Oriental y Brasil. Nos quedamos un día allí para lavar la ropa, secarla y recuperarnos de los días anteriores.

Cuando dejamos la ciudad, volvimos a lograr distancias diarias que desde que entramos al Brasil no habíamos conseguido. La ruta por Ponta Grossa era, efectivamente, más tranquila y con menos accidentes geográficos, lo que le daba la razón al camionero de Virmond. A partir de allí, además, volvió a hacerse autopista, con lo cual dejamos de sufrir a los camiones en los detestados carriles extra de las subidas. En dos etapas de más de cien kilómetros llegamos a la moderna ciudad de Curitiba.

Allí contactamos a un profesor de la Universidad Federal de Paraná, Eduardo Harder. Si bien él había dejado la ciudad para dar clases en el litoral paranaense, dejó todo arreglado para que nos recibieran en el alojamiento del Movimiento Sin Tierra. Allí fuimos recibidos cordialmente por Claudio, el responsable del local, y por Felipe, un estudiante miembro del equipo de Eduardo que nos acompañó el día siguiente en nuestra recorrida por la ciudad.

Cuando estábamos llegando a Curitiba conocimos a Edgar y su mujer, quizá los únicos ciclistas de tándem de la ciudad. Ellos nos recomendaron la bicicletería de Romeo, un descendiente de italianos que nos dio una perorata geopolítica increíble, mientras nos aconsejaba rutas y nos vendía una cubierta que, sin ser gran cosa, nos permitió llegar hasta São Paulo sin problemas.

Después de un día en Curitiba, corridos por el tiempo y la urgencia de recorrer los más de 400 km. hasta la capital paulista con margen para tomar el primer vuelo del trayecto, volvimos a la ruta. La salida de Curitiba fue algo más complicada que la entrada, a través de autopistas movidas con algunas cuestas importantes. Tomamos así la BR 116, una de las carreteras con mayor tránsito del Brasil.


RUMBO A SÃO PAULO:
Saliendo de Curitiba volvimos a subir una sierra, que nos llevó nuevamente a más de 900 metros de altura. Como habíamos salido tarde, nos quedamos en una estación de servicio cerca de una represa, en medio de las montañas y las nubes. Al día siguiente, entramos al estado de São Paulo, el más importante económicamente de Brasil. Sin embargo, nuestra entrada fue por una región despoblada, el Área Protegida de Jacupiranga, donde debimos hacer muchos kilómetros hasta encontrar un lugar donde almorzar, muertos de calor y de sed.

El dueño del lugar nos dio bastante charla, contándonos la historia de su vida. Había levantado el restaurante en los años 60, donde conoció a los primeros argentinos, turistas que, ya en esa época, iban hacia Río de Janeiro. “Pero no se entendía nada, no nos podíamos comunicar”, apuntó. A la pregunta de si eran ellos o él quienes no entendían, respondió con claridad: “yo, no entendía nada, recién venía del campo”. Un migrante más, en una sociedad marcada profundamente por la migración interna, especialmente del interior rural a las grandes ciudades.

Finalmente, apareció la gran bajada. Descendimos la sierra en medio de camiones que, con lentitud, avanzaban sorteando baches. Eso hacía peligroso el descenso, porque para esquivarlos más de una vez andaban por la banquina, que era nuestro carril. Llegamos así a otro posto de gasolina, donde armamos la carpa para pasar la noche. Habíamos hecho 111 kilómetros.

Sin embargo, esa bajada nos había dejado casi al nivel del mar, lo que implicaba que íbamos a tener que subir bastante para llegar a São Paulo. Pero el día siguiente fue tranquilo en ese sentido, hasta llegar al pie de la Serra do Mar, que debíamos cruzar para llegar a la ciudad más importante de Brasil.

La subida de la Serra fue una de las más difíciles que hicimos hasta el momento. La autopista desapareció para dar lugar a una ruta común, donde la dureza de la pendiente hizo aparecer nuevamente el maldito tercer carril. Para colmo, el truco de avanzar por la banquina de enfrente no resultó, porque el intenso tráfico de camiones la usaba para adelantarse unos a otros en las curvas. En una cuesta en curva muy fuerte, comenzamos a caminar empujando la bici rozados por los camiones que subían, en medio de un paisaje de selva de montaña. Al poco tiempo decidimos volver a subirnos a la bicicleta. Por suerte, el tránsito en nuestro sentido era menor y pudimos ir con bastante seguridad.

La cuesta fue realmente larga, más de 30 kilómetros sin parar el ascenso. Todo lo que habíamos bajado antes lo volvimos a subir, pero de una sola vez, casi hasta los 1.000 metros nuevamente. A pesar del esfuerzo por llegar a la ciudad de Juquitiba, nos encontró la noche unos kilómetros antes, buscando un camping. Los había, cosa bastante rara en Brasil, pero uno estaba cerrado y el otro alquilado por una iglesia, por lo que tuvimos que andar un par de kilómetros de noche, hasta armar nuevamente la carpa en una estación de servicio.

El último día fue más tranquilo. A pesar de algunas subidas kilométricas, la ruta empezó a bajar y en las primeras horas de la tarde entramos a la ciudad de São Paulo. Anduvimos una hora y media por la enorme ciudad antes de llegar a la casa de Patricia, miembro de ANTEAG (Asociación Nacional de Trabajadores de Empresas Autogestionarias), donde nos quedamos en nuestra estadía paulista.

Así terminó, después de casi 3.000 kilómetros, nuestra primera gran etapa por el continente sudamericano. En la próxima, África del Sur, un nuevo viaje comienza.

Ver fotos del trayecto Prudentópolis-São Paulo

el trayecto por brasil


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